Cuando escuchamos la palabra radiación inmediatamente asociamos este término con algo negativo, sin embargo, es un concepto poco conocido hasta nuestros días a pesar de la cantidad de estudios que se han dedicado a la investigación de este fenómeno.
Cada uno de nosotros está expuesto a recibir radiaciones todo el tiempo, la mayor parte proveniente de la naturaleza y en menor proporción a través de aparatos o materiales con los que convivimos diariamente. Durante el último siglo, el hombre ha aprendido a utilizar la radiación en su beneficio y con diferentes propósitos (médicos, tecnológicos, industriales, bélicos, etc.), lo cual ha originado una gran controversia entre las personas conocedoras del tema.
No cabe duda de que el empleo de la energía atómica para la generación de electricidad ha sido una práctica tanto beneficiosa como perjudicial para la humanidad, pues desde la hecatombe nuclear en Chernóbil, hasta la catástrofe más reciente en Fukushima, se ha puesto en duda la preeminencia que ésta posee sobre otras tecnologías para abastecer a los habitantes, de determinados sectores, de la energía eléctrica necesaria para llevar a cabo sus actividades diarias.
Esto provoca que la gente se cuestione sobre qué tan factible es el empleo de las radiaciones, debido a los daños que pueden causar a corto y largo plazo, tanto en el medio ambiente como en la salud de las personas.
La única forma de proceder adecuadamente en el uso de las radiaciones es a través de la información; no hay que olvidar que toda actividad humana tiene riesgos a los que tenemos que enfrentarnos, y mientras más informados nos encontremos, tomaremos decisiones más acertadas.